El cielo se hizo mar. Las nubes,
bajo el gris blanquecino, se desplazaban como olas de temporal, vomitando de
sus entrañas enormes rachas de piedra blanca que chocaban contra el caserío
perdido en la penumbra de aquella prematura anochecida.
Portaba un billete de tren hacia ninguna parte. Se
internó en el vagón buscando donde sentarse. Algunas personas, de expresión
ausente, ocupaban su asiento. Miradas perdidas se escapaban de las cuencas de
sus ojos. Unos instantes de titubeo y al cabo, optó por ocupar un lugar entre
una mujer de edad incierta y un cura pelirrojo mascando chicle.
El tren avanzaba cruzando campos y traspasando cielos,
la tormenta azotaba con fuerza. Se abrió la puerta del compartimento y apareció
una mujer con traje de revisor. Ella le mostró su billete, pero el tono
metálico de aquella voz surgida de una boca de muñeco de feria, más que
increparle le balbució con palabras difícilmente inteligibles este billete no corresponde con su asiento, es de
segunda clase y usted ocupa uno de primera debe abonarme la diferencia que con
la penalización asciende a 1.100 euros
La perplejidad tomó cuerpo en su rostro.
-
perdone…yo no sabía, me equivoqué, no dispongo de esa
cantidad…
De nuevo la voz metálica y la boca de ventrílocuo
contestó
-
hasta que haga efectivo el importe no saldrá del tren.
Confundida se replegó en su asiento buscando la mirada
cómplice de algún viajero. No obtuvo respuesta, pero sí la sequedad del
desierto en su garganta. 1.100 euros no los ganaba en un mes.
Quizá ahora cobraban algo de sentido los 1.100 euros.
Pero ella… no sabía nada de todo aquello.
De nuevo la revisora recordándole que no había
escapatoria.
El tren seguía su curso hacia ninguna parte con el
traqueteo monocorde. Un frenazo les alertó de que algo estaba ocurriendo. Poco
a poco las ruedas obedecieron a la frenada hasta detenerse en un lugar
desconocido.
Era la ocasión propicia, había que disimular y
alcanzar, sin despertar sospechas, la puerta del pasillo y a través de él
colarse con huida rápida al exterior.
No hubo tiempo para la duda sus pies, impulsados por
un resorte imposible, se pusieron en marcha.
Alcanzó la puerta y se tiró al vacío sintiendo cómo el
aire de la noche le cruzaba la cara. En medio de la negritud se podía
vislumbrar una ciudad en ruinas con muros desvencijados, edificios medio
derruidos y una lluvia plomiza de agua y barro.
Comenzó a correr sin saber a dónde, pero con el alivio
de haberse librado de aquel infernal tren.
Caminó y caminó atravesando calles desiertas y
amparándose bajo los puentes. Lodo y pedruscos sembraban el suelo.
Al poco, una voz se hizo hueco en el espacio. No tardó
en reconocerla, era la de aquella mujer, con traje de revisor balbuciente y
metálica, que la amenazaba
-
Sigue vigilada, sabemos dónde se encuentra, imposible escapatoria
Se desplomó en el suelo sin ninguna esperanza que la
asistiera. El frío le calaba los huesos y el hambre se retorcía en su estómago.
Ya no recordaba cuánto tiempo había transcurrido. Los minutos y las horas
habían desaparecido, el cansancio velaba sus ojos que no distinguían más que
vagos perfiles difuminados en la oscuridad.
Permanecía quieta, agazapada, hecha un ovillo y, tras
un espacio de tiempo imposible de medir, sus sentidos comenzaron a despertar.
Un rumor muy lejano se iba aproximando y cobrando
fuerza hasta convertirse en terrible algarabía al tiempo que, la luminosidad
del azul arañaba sus retinas.
Risas y chapoteo de niños y mayores la invitaban a
adentrarse en aquel oasis de aguas dulces y ella, elevándose sobre sí misma,sin
ofrecer resistencia, se sumergió en ellas.


Fabuloso Cristina.Me ha encantado.Creí que al final todo habría sido un mal sueño...!!vaya pécora LA REVISORA¡
ResponderEliminar¡Gracias!
Eliminarme gustó Cristina, sabes que tus relatos los encuentro interesantes, te enganchan desde el principio. ¡A por el siguinte!
ResponderEliminarAsí lo haré amiga. Gracias por leerme. Un abrazo
Eliminar