Ahora que el silencio y el cantar de los pájaros protagonizan
la banda sonora de nuestras ciudades, era como si antes viviéramos en un desorden
de ruidos y contaminación, y muchas de nuestras ciudades se hubiesen convertido
en irrespirables. Así que abrir las ventanas estas semanas es lo más parecido a
vivir en el campo, hemos librado a las urbes de sus malos humos.
La última vez que salí a dar un paseo, la ciudad tenía
tráfico y las aceras y las plazas estaban llenas de gente, pero esta visión ya
pertenece a otra época, ahora las calles, las plazas y los parques están vacios
y en silencio, parece como si el Ser Humano se hubiese extinguido de ellos, y
hasta el vuelo de las aves parece distinto; siendo los animales como son los primeros
en percibir los cambios.
Ahora que esta pesadilla distópica que vivimos ha golpeado a
tantos y ha demostrado ser mortal en tantos casos, creo que casi nunca la
muerte ha estado tan presente, al menos en el primer mundo. Sobre todo porque
la diferencia entre esta pandemia y las demás epidemias de las que teníamos
constancia, es que las redes sociales y los medios de comunicación retransmiten
al minuto sus muertos y afectados, un enfoque en el que la mortalidad se hace
más palpable que en otras ocasiones, teniendo como hemos tenido ya numerosas
epidemias víricas en los últimos 100 años: la gripe “española”, la gripe
asiática, el SIDA, el SRAS (Síndrome respiratorio agudo severo), el ébola, la
gripe aviar o la gripe A, por citar algunas.
Hay que redoblar esfuerzos por masificar los test de contagio
a nuestras poblaciones, a la par que se ha fomentado la reducción de los
vínculos sociales esenciales y de las actividades laborales y económicas. Ahora
vemos lo importante que es no tener una sanidad pública esquilmada e invertir
en innovación tecnológica, en investigación y desarrollo. Así y todo estamos
observando como el impacto del coronavirus y de estas medidas que se han
implementado en la economía pueden ser devastadoras en muchos países, si la
tasa de desempleo se dispara, y si los millones de turistas que alimentan
muchas economías en este mundo globalizado se tienen que quedar confinados en
casa.
¿Qué será de nosotros?, ¿cómo será el futuro?, ¿una realidad
completamente distinta?. El coronavirus es indiferente a la etnia, a la clase
social o al sexo de la persona, ¿Nos tendremos que despedir del mundo tal y
cómo lo conocíamos?. Trato de imaginar el futuro, tras esta situación en que la
incertidumbre marca la pauta. Algunas medidas tomadas en España me parecen
desmesuradas, por ejemplo las multas que se imponen me parecen absolutamente
astronómicas, y mucho más leves son por ejemplo en Francia; se nota que en
España todavía hay tics dictatoriales y que nuestra Democracia es demasiado
joven. Así mismo parece más propio de una dictadura que de una Democracia que
los ciudadanos puedan ser espiados a través de sus teléfonos móviles o que
seamos sometidos a una geolocalización a través de los mismos por parte de las
autoridades que ya lo admiten abiertamente. Incluso una conocida y gran empresa
de telefonía pide que la población lleve teléfonos que midan la temperatura
corporal, algo que ya se está implantando en China, sólo que el país asiático
es una dictadura y no una Democracia libre. Creo que debido a esta grave
situación de confinamiento en que nos encontramos millones de personas en el
mundo, no vale todo para restringir nuestras libertades o aumentar el control
sobre la población, como si se nos quisiera empujar a vivir una realidad
orwelliana, como si el ojo del “gran hermano” que todo lo ve ya estuviese a las
puertas de nuestra vida presente; en vez de volver poco a poco a la normalidad
como ya está pasando en Dinamarca. Pero la tentación es evidente puesto que un
creciente ímpetu autoritario puebla la Tierra en estos momentos.
Ahora mismo el futuro es incierto, pero no quisiera que
ninguna de nuestras autoridades aprovechase este tiempo de quietud para
recortar de una manera más que significativa nuestras libertades, y que la
mayoría de las personas quedásemos como meras herramientas de todo este
sistema, pero sin libertad. Aunque ya sabemos que las mentes libres no
interesan a este mundo, y que la capacidad de supervivencia en pequeños núcleos
urbanos es mayor porque hay más capacidad de utarquía; pero no permitamos que
nadie destruya nuestra libertad.
Cuando el destino o el futuro nos alcance, que sigamos siendo
libres.
No podemos salir de casa, no hay perspectivas para poder
hacerlo, se ha ampliado el tiempo de alarma, hay voces que dicen que nunca volveremos
a la normalidad; si es que antes éramos normales. ¿Piensa qué todo lo que está
pasando es casual?, ¿somos tan infantiles cómo para pensar que todo esto es
casual?, ¿creemos qué Dios ha jugado a los dados y ha salido dos seises o dos
unos?, ¿o es como si hubiese un guión milimétricamente previsto?. Personalmente
me inclino por lo segundo. Casi cualquier forma de entretenimiento social ha
sido eliminada. Bien, acuérdense de lo que decía el libro del “Nombre de la
Rosa”: la risa mata al miedo. Hagamos de esta época una oportunidad para
rehumanizarnos y reconstruirnos como Seres Humanos, para vivir más felices y
cuidar más de este Planeta, que es el único que tenemos; y antes de que sea
demasiado tarde para poder hacerlo.
Como alguien dijo en una ocasión, “pido serenidad para
aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo y
sabiduría para reconocer la diferencia”.
(Yolanda Encinas)

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