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jueves, 9 de abril de 2020

¿QUÉ SERÁ DE NOSOTROS?, por YOLANDA ENCINAS (periodista)



Ahora que el silencio y el cantar de los pájaros protagonizan la banda sonora de nuestras ciudades, era como si antes viviéramos en un desorden de ruidos y contaminación, y muchas de nuestras ciudades se hubiesen convertido en irrespirables. Así que abrir las ventanas estas semanas es lo más parecido a vivir en el campo, hemos librado a las urbes de sus malos humos.
La última vez que salí a dar un paseo, la ciudad tenía tráfico y las aceras y las plazas estaban llenas de gente, pero esta visión ya pertenece a otra época, ahora las calles, las plazas y los parques están vacios y en silencio, parece como si el Ser Humano se hubiese extinguido de ellos, y hasta el vuelo de las aves parece distinto; siendo los animales como son los primeros en percibir los cambios.
Ahora que esta pesadilla distópica que vivimos ha golpeado a tantos y ha demostrado ser mortal en tantos casos, creo que casi nunca la muerte ha estado tan presente, al menos en el primer mundo. Sobre todo porque la diferencia entre esta pandemia y las demás epidemias de las que teníamos constancia, es que las redes sociales y los medios de comunicación retransmiten al minuto sus muertos y afectados, un enfoque en el que la mortalidad se hace más palpable que en otras ocasiones, teniendo como hemos tenido ya numerosas epidemias víricas en los últimos 100 años: la gripe “española”, la gripe asiática, el SIDA, el SRAS (Síndrome respiratorio agudo severo), el ébola, la gripe aviar o la gripe A, por citar algunas.
Hay que redoblar esfuerzos por masificar los test de contagio a nuestras poblaciones, a la par que se ha fomentado la reducción de los vínculos sociales esenciales y de las actividades laborales y económicas. Ahora vemos lo importante que es no tener una sanidad pública esquilmada e invertir en innovación tecnológica, en investigación y desarrollo. Así y todo estamos observando como el impacto del coronavirus y de estas medidas que se han implementado en la economía pueden ser devastadoras en muchos países, si la tasa de desempleo se dispara, y si los millones de turistas que alimentan muchas economías en este mundo globalizado se tienen que quedar confinados en casa.
¿Qué será de nosotros?, ¿cómo será el futuro?, ¿una realidad completamente distinta?. El coronavirus es indiferente a la etnia, a la clase social o al sexo de la persona, ¿Nos tendremos que despedir del mundo tal y cómo lo conocíamos?. Trato de imaginar el futuro, tras esta situación en que la incertidumbre marca la pauta. Algunas medidas tomadas en España me parecen desmesuradas, por ejemplo las multas que se imponen me parecen absolutamente astronómicas, y mucho más leves son por ejemplo en Francia; se nota que en España todavía hay tics dictatoriales y que nuestra Democracia es demasiado joven. Así mismo parece más propio de una dictadura que de una Democracia que los ciudadanos puedan ser espiados a través de sus teléfonos móviles o que seamos sometidos a una geolocalización a través de los mismos por parte de las autoridades que ya lo admiten abiertamente. Incluso una conocida y gran empresa de telefonía pide que la población lleve teléfonos que midan la temperatura corporal, algo que ya se está implantando en China, sólo que el país asiático es una dictadura y no una Democracia libre. Creo que debido a esta grave situación de confinamiento en que nos encontramos millones de personas en el mundo, no vale todo para restringir nuestras libertades o aumentar el control sobre la población, como si se nos quisiera empujar a vivir una realidad orwelliana, como si el ojo del “gran hermano” que todo lo ve ya estuviese a las puertas de nuestra vida presente; en vez de volver poco a poco a la normalidad como ya está pasando en Dinamarca. Pero la tentación es evidente puesto que un creciente ímpetu autoritario puebla la Tierra en estos momentos.
Ahora mismo el futuro es incierto, pero no quisiera que ninguna de nuestras autoridades aprovechase este tiempo de quietud para recortar de una manera más que significativa nuestras libertades, y que la mayoría de las personas quedásemos como meras herramientas de todo este sistema, pero sin libertad. Aunque ya sabemos que las mentes libres no interesan a este mundo, y que la capacidad de supervivencia en pequeños núcleos urbanos es mayor porque hay más capacidad de utarquía; pero no permitamos que nadie destruya nuestra libertad.
Cuando el destino o el futuro nos alcance, que sigamos siendo libres.
No podemos salir de casa, no hay perspectivas para poder hacerlo, se ha ampliado el tiempo de alarma, hay voces que dicen que nunca volveremos a la normalidad; si es que antes éramos normales. ¿Piensa qué todo lo que está pasando es casual?, ¿somos tan infantiles cómo para pensar que todo esto es casual?, ¿creemos qué Dios ha jugado a los dados y ha salido dos seises o dos unos?, ¿o es como si hubiese un guión milimétricamente previsto?. Personalmente me inclino por lo segundo. Casi cualquier forma de entretenimiento social ha sido eliminada. Bien, acuérdense de lo que decía el libro del “Nombre de la Rosa”: la risa mata al miedo. Hagamos de esta época una oportunidad para rehumanizarnos y reconstruirnos como Seres Humanos, para vivir más felices y cuidar más de este Planeta, que es el único que tenemos; y antes de que sea demasiado tarde para poder hacerlo.
Como alguien dijo en una ocasión, “pido serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”.
(Yolanda Encinas)

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