Fueron los niños de la posguerra (algunos
incluso lo fueron durante la misma), hicieron mil sacrificios para que nosotros
estudiásemos, algunos emigraron para hacer esos ahorros que les permitieran
volver a su tierra para vivir una vejez desahoga y tranquila, con sus exiguas
pensiones sacaron arriba a los hijos que se fueron quedando en el paro en la
anterior crisis, cuidaron de sus nietos para que pudiéramos trabajar. Y cuando ya no podían más por los achaques de
la edad decidieron -o consintieron- ir a
vivir a una residencia para no darnos
trabajo. ¿Y ahora qué? Pues ahora como si de una maldición se tratase tienen
que morir solos, lejos de los hijos que tanto quisieron. No es justo. Les
debíamos mucho además de la vida, y ahora que es cuando más nos necesitan, no
estamos: no podemos estar. Yo diría que vuelven a su punto de partida: a la
guerra. Eso sí, sin bombas, ni
armamento, pero con la misma crueldad. Puede que siendo niños no fuesen
conscientes del sufrimiento, pero ahora sí lo son. Porque, para mayor inri,
tienen que permanecer confinados, encerrados y muchas veces aislados en una
habitación; comprendiendo, o no, lo que pasa, eso no lo hace menos doloroso. Nosotros,
sus hijos y nietos también confinados, pero tratando de llenar este tiempo
vacío y absurdo que nos ha tocado vivir. Nos arropamos unos a otros, nos
comunicamos por las ventanas, aplaudimos y cantamos. Probablemente sólo
despertamos de este absurdo vivir cuando uno de ellos se nos va. Entonces
tomamos conciencia de la verdadera situación. Para nosotros, con suerte, habrá
un mañana; para ellos, no. Incluso aunque sobrevivan. Dentro de unos días
podrán salir los niños a dar un paseo, los viejos no. Serán, por lo que parece,
los últimos. Un cuerpo anciano y desvencijado sin movimiento pronto no podrá
levantarse de esa silla en la que ahora se encuentra. La sociedad del bienestar que ellos ayudaron a construir
debería de pedirles perdón, por no haber sido capaz de prever lo que podía suceder con una
sanidad tan precaria, con unas residencias
con demasiada frecuencia mediocres, como se pudo comprobar. Ahora suple nuestro cariño el personal sanitario y los
cuidadores. Lo hacen muy bien, nunca podremos agradecéroslo lo suficiente:
gracias, gracias, gracias.
ISABEL
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