Vistas de página en total

sábado, 25 de abril de 2020

LA INJUSTA SOLEDAD DE NUESTROS ANCIANOS



Fueron los niños de la posguerra (algunos incluso lo fueron durante la misma), hicieron mil sacrificios para que nosotros estudiásemos, algunos emigraron para hacer esos ahorros que les permitieran volver a su tierra para vivir una vejez desahoga y tranquila, con sus exiguas pensiones sacaron arriba a los hijos que se fueron quedando en el paro en la anterior crisis, cuidaron de sus nietos para que pudiéramos trabajar.  Y cuando ya no podían más por los achaques de la edad  decidieron -o consintieron- ir a  vivir a una residencia para no darnos trabajo. ¿Y ahora qué? Pues ahora como si de una maldición se tratase tienen que morir solos, lejos de los hijos que tanto quisieron. No es justo. Les debíamos mucho además de la vida, y ahora que es cuando más nos necesitan, no estamos: no podemos estar. Yo diría que vuelven a su punto de partida: a la guerra. Eso sí, sin bombas, ni  armamento, pero con la misma crueldad. Puede que siendo niños no fuesen conscientes del sufrimiento, pero ahora sí lo son. Porque, para mayor inri, tienen que permanecer confinados, encerrados y muchas veces aislados en una habitación; comprendiendo, o no, lo que pasa, eso no lo hace menos doloroso. Nosotros, sus hijos y nietos también confinados, pero tratando de llenar este tiempo vacío y absurdo que nos ha tocado vivir. Nos arropamos unos a otros, nos comunicamos por las ventanas, aplaudimos y cantamos. Probablemente sólo despertamos de este absurdo vivir cuando uno de ellos se nos va. Entonces tomamos conciencia de la verdadera situación. Para nosotros, con suerte, habrá un mañana; para ellos, no. Incluso aunque sobrevivan. Dentro de unos días podrán salir los niños a dar un paseo, los viejos no. Serán, por lo que parece, los últimos. Un cuerpo anciano y desvencijado sin movimiento pronto no podrá levantarse de esa silla en la que ahora se encuentra. La sociedad  del bienestar que ellos ayudaron a construir debería de pedirles perdón, por no haber sido capaz  de prever lo que podía suceder con una sanidad tan  precaria, con unas residencias con demasiada frecuencia mediocres, como se pudo comprobar. Ahora suple  nuestro cariño el personal sanitario y los cuidadores. Lo hacen muy bien, nunca podremos agradecéroslo lo suficiente: gracias, gracias, gracias.           

                                                                                                ISABEL

No hay comentarios:

Publicar un comentario