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Así de triste es la soledad
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Nueve meses después del confinamiento seguimos esperando la llegada de esa vacuna que, está claro, requiere un periodo de gestación mucho más largo. Estamos prácticamente en el punto de partida: seguimos confinados y ahora por partida doble. Por un lado, huyendo de aquellos lugares donde pudiera estar el maléfico virus y, por otro con la mente limitada por el miedo, por la incertidumbre, por la tristeza..., por tantas razones que confinan nuestra alma. Ya no queda mucho espacio para la alegría, para la cotidianidad que, incluso sin saberlo, nos hacía felices. Nuestra vida ha cambiado y dicen los entendidos, que cada vez lo hará más, que nada va a ser igual. Lo peor, en mi manera de sentir, es la sensación de haber perdido la libertad, de depender, amén de las mutaciones y cabriolas del virus (ahora test negativo, mañana positivo...), de las decisiones, que no parecen muy acertadas a juzga por los resultados, por los sabios que desde La Moncloa dan ordenes y contraórdenes de difícil comprensión y mucha menos efectividad. Todo ha cambiado y, para peor. Todos hemos perdido algún amigo, o varios, o familiar. Los médicos se quejan porque ya no pueden más, los comerciantes también porque tampoco pueden más, los jubilados aguardan con resignación para poder ver a sus nietos y, lo más importante, para que el Coronavirus no los lleve por delante. La hostelería se hunde, el turismo también. Muchos dentro de poco, si no lo son ya, serán muy pobres. El Banco de Alimentos agota existencias, otras enfermedades no menos mortales no son atendidas. ¿Y los ancianos de las residencias? Ese tema prefiero casi ni tocarlo; la pandemia se los sigue llevando en soledad, algunos hace meses que no ven a sus hijos, a sus nietos, a... Los protocolos, ¡ay los protocolos!, esas medidas que los obligan al aislamiento para que no se contagien. Pero algunos no morirán de Coronavirus, morirán de pena, de tristeza, de soledad. Y para muchos es posible que estos meses, por edad, sean los últimos de su vida. Ya no les queda mucho camino para recorrer y nos empeñamos, se empeña quien dicta las normas, en dejarlos morir en soledad, sin despedida, sin...libertad para decidir si prefieren vivir, o no, en estas circunstancias. Yo me pongo en su piel y pienso qué querría yo en sus circunstancias: sin duda morir.
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