SE CONVOCARON reuniones en torno de aquella mesa donde
cada miembro de la junta proponía su idea. Era preciso rescatarlos del olvido
en que habían caído por falta de espacio donde exhibirlos. Permanecían ocultos,
perdidos, sin destino. Ellos, que hicieron gloria en el ateneo decorando las
primeras exposiciones, cuando sus pinceles comenzaban a despuntar. Sí, era de
justicia alumbrarles nueva vida. Sería en un libro, un libro de oro, algo
excepcional.
Se repartieron las obras y sus autores. Cada cuadro
era un mundo de sugerencias. Era preciso investigar sobre ellos y plasmar tanta
belleza con su debida reseña. Comenzaron a elaborar el trabajo, las nuevas
tecnologías sirvieron de ayuda. En cada una de sus páginas figurarían el pintor
y sus obras correspondientes, aquellas que formaron parte de las exposiciones.
Laborioso trabajo, pero al fin, se culminó con notable
éxito. Todo acabado y llevado a la imprenta.
Aun así, faltaba algo…había un cuadro entre los demás,
con flores y autor desconocido. Su firma, en la parte inferior derecha,
resultaba ilegible salvo la inicial que podía adivinarse como una F de
contornos curvilíneos. Representaba la figura de una mujer sentada en su
taller, de espaldas al espectador. En sus manos unos pinceles tratando de plasmar
sobre un lienzo todo el cromatismo de aquel búcaro sobre la mesa. La pintura en
sí, era una belleza. Pero resultaba imposible incluirla en el libro puesto que
carecía de autor y, por consiguiente, nada se podía decir acerca de su
biografía. De modo que, con gran pesar, por parte de la junta, se decidió
prescindir de ella.
Pero en uno de aquellos días en que ya, se había dado
por finalizado el trabajo y puesto a disposición de la imprenta, se presentó un
joven que se hacía llamar Fabiani. Explicó y habló de una mujer situada en las
postrimerías del siglo XIX que había consumado su corta vida en el arte de la
pintura. Siendo muy joven se trasladó al país vecino formando parte de la
bohemia parisina. Al principio como modelo, más tarde y tras haber aprendido de
los grandes maestros, se consagró como pintora firmando sus trabajos bajo un
seudónimo masculino.
Aquella historia comenzaba a tomar cuerpo. Se cruzaron
los interrogantes, pero nada se pudo averiguar sobre los motivos que llevaron
al joven, de porte distinguido y tez sumamente pálida en aquella tarde, en que
el olor a hierba flotaba en el aire, a presentarse en el ateneo.
Fabiani narró lo que, desde chico oyó contar a su
padre. Todas las miradas atentas en torno a él que, con voz grave comenzó a hilar
unos hechos ocurridos mucho tiempo atrás.
La joven del cuadro, que se vio obligada a posar como
modelo, dada la penuria en que vivía, se llamaba Flora y fruto de un amor con
un compañero de taller, nació su padre. En un principio Flora solo se dedicó a la
crianza de su hijo ya que, jamás reveló a Mauricio, que así se llamaba el
progenitor, el secreto de su embarazo. Ella se tenía por una de sus muchas
amantes. De modo que el niño creció entre lienzos y pinceles que era todo,
además de él, lo que Flora poseía. Fueron muchas horas las que pasó atento, con
la mirada eclipsada en las manos de su madre. Aquellas telas representaban
mundos en los que la mitología y el realismo de los paisajes tocaban cotas muy
altas. Pero un día contempló a su madre en una actitud insólita. Se hallaba en
el taller, sentada frente a una mesa con un jarrón de flores de luminosos
colores. Alrededor, un juego de espejos dotaba a aquel espacio de un aire casi
misterioso y en el caballete un lienzo con los primeros esbozos de lo que, más
tarde, sería un autorretrato.
Fabiani carraspeó y su tez pálida cobró un tinte
ceniciento. Hizo una pausa, como para recuperar energía y prosiguió el relato.
Recordaba a su padre cuando, por las noches, reunidos
al calor del brasero les decía
-
Hijos nunca olvidéis a vuestra abuela, fue una gran
mujer avanzada a su tiempo cuando el mundo era solo de hombres. Ella, con su
esfuerzo y trabajo dignificó la condición femenina-
Cuando Flora dio por finalizado el cuadro, habló con
su hijo y le encargó que lo considerara su mejor legado y que nunca se
desprendiera de él. Precisó aún más y le hizo partícipe de la verdadera
intencionalidad de la obra. Aquel lienzo guardaba un testimonio y era el de dar
a conocer la situación en que la mujer se encontraba en aquella sociedad
misógina. Su autora, representada de espaldas, ocultando su rostro y su
verdadera identidad, eran todo un símbolo.
Pasados muchos años, una serie de acontecimientos,
cambiaron el curso de la historia.
Se declaró una grave epidemia de gripe provocando
numerosas bajas y afectando al joven Fabiani que hubo de ser hospitalizado. A
partir de ahí se perdió todo control del cuadro, llegando a desaparecer su
rastro. El resto fue un misterio sin aclarar.
Sobrecogidos por tan estremecedora historia, los miembros
de la junta, acordaron por unanimidad, rendir el merecido homenaje a aquella
valerosa mujer.
El cuadro de la mujer sin rostro, de autor
desconocido, una vez rescatados los vivos colores que la pátina del tiempo
había depositado en él, se expuso en la presentación del libro que el ateneo
había preparado. Asimismo, se le incluyó en su interior con la debida reseña y,
efectivamente la F que figuraba en la parte inferior derecha quedó completada
con la firma que, ahora rezaba Floro Fabiani.
En el inferior una nota aclaratoria con la verdadera
identidad de su autora.
CRISTINA ÁLVAREZ de CIENFUEGOS, coordinadora de las actividades poéticas del ATENEO JOVELLANOS de Gijón

Precioso el relato,muy bonito
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarGracias Cristina por el momento de lectura agradable que haces de, "EL CUADRO".Quedé fascinada y, lo confieso, un poco emocionada. Recibe mi felicitación.
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